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D. José Feo y Armas (1772-1824)

D. JOSÉ FEO Y ARMAS

UNA BIOGRAFÍA DE ALVAREZ RIXO[i]

 

El historiador portuense, como heredero directo de los planteamientos ideológicos ilustrados, es un empirista contumaz, busca a través de cartas, documentos y testimonios orales todo aquello que le puede servir para elaborar una biografía. Claro está que los testimonios son más ricos en la medida que entró en conocimiento directo con los biografiados o que bebe de fuentes directas de personas que convivieron con ellos. En la misma medida son más pobres cuando los contactos se obstaculizaron por la lejanía o por la emigración por largo tiempo o para siempre de los personajes estudiados, como aconteció con Graciliano Afonso en sus largos años de exilio forzoso en América o en su larga migración a Cuba, en el caso de Francisco Guerra Bethencourt. Pero, aún así, persistió en buscar datos sobre ellos, aunque lógicamente el riesgo de errar era mucho mayor por las dificultades para adentrarse en ellos.

[….]

Su producción literaria obedece toda ella a un deseo contumaz y persistente de preservar todo el legado al que pudo acceder tanto por testimonios orales como documentales. Hay en Álvarez Rixo una pasión decidida por la conservación de escritos y papeles que pudieran servir para conocer el pasado individual y colectivo de todas aquellas personas a las que por los avatares de su vida tuvo acceso. Por eso lo primero que hizo al tomar posesión de la alcaldía fue poner en orden el archivo, que dispusiese de un lugar apropiado y que los materiales desperdigados en casas de las diferentes autoridades se reintegrasen a él para que no se perdiesen. Un interés que hizo extensivo a su familia no sólo en sus producciones propias, sino en sus libros y documentos a los que tuvo acceso. Ya vimos cómo a sus descendientes les transmitió esa voluntad de preservación.

Las biografías que elabora el historiador portuense no deben ser vistas como obras culminadas. Ya sabemos que ningún texto es definitivo, pero es que eso nunca pasó entre sus objetivos. Lo que quería era legar al futuro un caudal de anécdotas y testimonios de variada índole que él recopiló y que podrían ser esenciales para abordar en el futuro estudios de mayor entidad. Por eso recogió apenas pequeñas anécdotas sobre personajes como el historiador lagunero Núñez de la Peña o el pintor grancanario Juan de Miranda. Ésa es la gran virtud y la indiscutible aportación de Álvarez Rixo, que constituye una transferencia fundamental para la historiografía sobre tales personalidades.

 

Manuel Hernández González

Catedrático de la Universidad de La Laguna

 

 

 

APUNTACIONES PARA LA BIOGRAFÍA DEL CORONEL

D. JOSÉ FEO Y ARMAS, GOBERNADOR MILITAR

DE LA ISLA DE LANZAROTE

Don José Feo y Armas, hijo del capitán don Tomás Feo y de doña María Armas, personas de distinción  en la isla de Lanzarote, nació en la Villa de Teguise, capital de dicha isla, por los años de 1772. Aplicose desde luego a la carrera militar y en 1796, que por razón de la guerra los ingleses no sólo apresaban nuestras naves de cabotaje, sino que también desembarcaban a cometer robos y depredaciones, como lo que en el mes de diciembre de dicho año de 96, en el cual tres buques de guerra después de haber apresado al barco del tráfico nombrado el Amparito, recalaron al este de la isla de Lanzarote, apresaron un pescador a quien compelieron a que les guiase al Puerto del Río, donde fondearon, desembarcaron alguna tropa y mataron mil reses, las cuales se llevaron, tal vez para ir a abastecer su escuadra que bloqueaba a Cádiz, dejando escrita al gobernador militar de la isla una esquela, que la República francesa pagaría los daños causados, concluyendo:  «vive la republique»... No obstante estos rebatos en su propia isla, hallamos que el joven don José Feo, ya subteniente, estaba sirviendo en la Plaza de Santa Cruz de Tenerife en el mes de julio de 1797, a cuyo joven oficial con un destacamento de sólo diez y seis artilleros le destinaron el día 22 de dicho mes al Valle de San Andrés para impedir que los ingleses desembarcados por allí se posesionasen de aquellas alturas para dominar desde ellas y acallar la fortaleza de Paso Alto. Pero Feo, causándoles alguna pérdida, les obligó a reembarcar, libertando al castillo de este golpe de mano, que de haberle salido bien al enemigo pudo por allí haber hecho su entrada a salvo.

La memorable noche del 24 al 25 del repetido mes de julio, en la cual los enemigos atacaron y desembarcaron en la plaza, el joven Feo se distinguió por su valor y actividad en el cumplimiento de su deber, tanto, que fue uno de los señores militares cuyo nombre resonó con elogio en las poesías de la época. He aquí como lo expresa el Sr. Viera en su célebre «Oda histórica de la defensa de Santa Cruz de Tenerife», estanza 29:

 

Feo con raro instinto

En San Andrés aviva el cañoneo

de cuyo laberinto

casi no sale el mismo Real Teseo

pues le fue inevitable,

perder con gente y jarcia un grueso cable.

 

El Real Teseo, navío de 74 cañones el cual montaba el contralmirante barón Horacio Nelson, cuyo capitán era Rafael Willer Miller, se había aproximado al Valle para proteger su desembarque; y no dejó de ser glorioso para el joven lanzaroteño Feo, haber causado daño y haber hecho retirar de su primer intento a todo un señor barón Nelson.

Asimismo, en otra Oda crítica que se dice haber sido escrita por el joven D. Graciliano Afonso, censurando la cobardía de algunos oficiales, y elogiando los que se habían distinguido haciéndose merecedores del aprecio de la patria, dice:

 

… de Rosique,

de Prat, Jorva, Feo,

de Lara, Castro, Dugi,

de Román los esfuerzos.

 

Feo en premio de su buen porte fue ascendido a teniente, y entonces o poco después obtuvo la ayudantía mayor del Regimiento provincial de Lanzarote, cuya tropa se esmeró en disciplinar.

Hecha la paz con Inglaterra y siendo la isla de Lanzarote y sus milicias reducido teatro para ocupar su juvenil imaginación, vendió al rico D. Jacinto Antonio Brito por doce mil duros, una buena hacienda que poseía en la Geria y pasó a Tenerife a negociar en los remates de las muchas presas que los corsarios franceses entraban en Santa Cruz, en cuya especulación no obtuvo los lucros que se había prometido y regresado a Lanzarote le halló la nueva declaración de guerra contra la Gran Bretaña a fines del año 1804, que le ocupó de lleno en instruir su tropa, de la cual era modelo, por su continente marcial, su caballerosidad, amabilidad y gallarda figura, de buen alto, grueso proporcionado, rostro blanco, pelo castaño y voz sonora para el mando.

En el mes de julio de 1805 un bergantín y una corbeta ingleses desembarcaron gente y cometieron algunas tropelías en la playa cercana al lugar de Mala al este de la isla de Lanzarote y como se viese que después hacían rumbo para el Puerto del Arrecife, se convocó la tropa tan oportunamente, que todas las compañías a pesar de sitas en los diversos lugares de la isla, se hallaron incorporadas entre ocho y nueve la mañana del día siguiente para la defensa del Puerto, a hora precisamente que las naves enemigas pasaban por frente del pueblo el cual no se atrevieron a saquear, puesto que desde a bordo con los anteojos pudieron ver la soldadesca que bajaba a esperarles, y pasaron de largo; entones la tropa regresó regocijada a sus hogares.

En la noche del once de diciembre del mismo año 1805 una fragata de guerra inglesa, sin haber sido vista durante el día, se acercó al Puerto de Naos, donde tuvo la audacia de entrar sus botes y sacar dos bergantines del cabotaje, el uno de ellos nombrado San Miguel, cargado con trigo del Rey que debía conducir para la plaza de Santa Cruz en donde había muchísima escasez; y aunque los castillos hicieron fuego, esto ya fue tarde y no impidió el consumarse el robo. Al ruido bajó de la Villa el coronel gobernador don Francisco Guerra Clavijo y el ayudante mayor don José Feo y Armas. Y como por la mañana se presentasen los ingleses a parlamentar, pasó a bordo dicho Feo acompañado de sus amigos don Francisco Aguilar y el alcalde real don Manuel José Álvarez, únicos sujetos que en aquel naciente pueblo entonces entendían la lengua inglesa, por cuyo medio para evitar la pérdida que entre valor de los barcos y su carga era más de doce mil pesos, Feo propuso por rescate de los buques 1.500 pesos, seis pipas de vino y otros frutos del país. Pero no fue admitido sino por dos mil duros entregados en el término de media hora.

Los patronos o dueños de los barcos no los tenían y urgía salvar el trigo del Rey, por cuanto los enemigos harían lo de costumbre, incendiar las naves que no les convenía llevar. En este apuro el rico capitán de milicias D. Ginés de Castro prestó los dos mil duros y acto continuo fueron entregados a los ingleses. Mas, habiendo pasado los patrones con su gente a posesionarse de dichos buques, Castro se opuso, alegando que las naves eran suyas, porque las había comprado... Censurose este procedimiento por el público, irritáronse los patrones, uno de los cuales, Miguel Rodríguez Soco, en un bote navegó a quejarse a Santa Cruz con quien el gobernador Guerra ofició al comandante general marqués de Casa-Cagigal, como también el ayudante mayor Feo acompañó una representación, relatando lo sucedido, en cuya clase de documentos era bastante inteligente para su época. (Oficio de 12 de diciembre de 1805, existente en la Capitanía General de Canarias.)

Pero recibida esta desagradable misiva, incomodado el general por la acción de Castro, le mandó prender sin comunicación en el Castillo, si no restituía las presas al instante, recibiendo los referidos dos mil duros, que había facilitado momentáneamente. (Oficio contestación de S.E. fechado a 22 de diciembre de 1805.)

Intimidado el capitán Castro, obedeció y recibió de manos de don Manuel José Álvarez, que tuvo orden para eso, los repetidos dos mil duros. (Recibo original fechado a 3 de enero de 1806, existente en poder del que escribe.)

Y a pesar de continuar la guerra con los repetidos rebatos ocasionados por los muchos corsarios que surcaban nuestras aguas, don José Feo, acreditando su buen gusto, se ocupó en la construcción de una bonita casa en su hacienda nombrada de Testayna, donde pasaba algunas temporadas.

Llegó el año 1808 y siendo tan conocido de la gente de rango en Tenerife, erigida que fue su Junta Gubernativa, a cuya improvisada corporación le dio la manía de quitar y poner empleados de su confianza, nombró a Feo de miembro de dicha Junta y gobernador interino de la isla de Lanzarote, con exclusión de don Bartolomé Lorenzo Guerra, quien había sido agraciado poco antes con dicho destino por el comandante general Cagigal.

Con tal motivo Guerra se trasladó a la Península y vuelto a estas islas en junio de 1810, nombrado por la Junta Central del Reino coronel gobernador de Lanzarote, los amigos de Feo, ya sargento mayor, quisieron sostener a éste por sufragio tumultuoso del Cabildo General de la isla convocado al efecto; en cuya desconcertada Asamblea influía un clérigo rico, familiar del Santo Oficio, tío de Feo, y de su mismo nombre y apellido; como también se distinguía entre los entusiastas por llevar adelante este pensamiento el padre fray Bernardino Acosta, natural de La Palma, prior dominico, buen orador, poeta algún tanto histórico, genio además divertido, cuyo carácter parece haber sido copiado por sir Walter Scott en su prior Aimer, que brilla en una de sus novelas.

Alborotose la isla en pro y contra semejantes intrigas, hubo embargo de bienes, arrestos, expatriaciones y otras locuras, hasta el punto de atacar a Guerra y los suyos en los castillos; pero a cuyo primer cañonazo que mató e hirió dos o tres de los tontos sitiadores, éstos tomaron las de Villadiego.

Mas, habiendo llegado a Gran Canaria en 1811 el Excmo. señor duque del Parque Castrillo, de capitán general en comisión para pacificar las Islas, todos los inquietos lanzaroteños le temieron y aquietaron. Pero S.E. envió a Lanzarote a su edecán D. José Perol y al licenciado Bethencourt, quienes sin oposición se posesionaron del Gobierno Civil y Militar de la isla; y a D. José Feo de Armas le destinó preso al castillo de Paso Alto en Santa Cruz, donde seguramente tendría ocasión de reflexionar lo que son las vicisitudes de la vida humana, al tener por cárcel y por perspectiva, el fuerte que contribuyó a salvar de los enemigos y los mismos riscos que fueron teatro de su primer afortunado servicio.

Al P. fray Bernardino también le salió mal la cuenta de sus elocuentes excitaciones populares, puesto que una noche repentinamente le sacó de su convento el nuevo gobernador Perol por orden terminante del expresado capitán general y le embarcó con otro fraile (P. Medina, del mismo sentir), para la isla de Tenerife, donde el Bernardino pocos meses después falleció en el convento de la Villa de La Orotava.

Revuelta también la isla de Tenerife y expulsado de ella el Duque del Parque, quedó Feo libre y pasó a la Península a sus pretensiones; puesto que, habiendo muerto de la epidemia Guerra, su contrincante en el gobierno, quedaba a su favor el derecho al destino.

Sin embargo, permaneció residiendo en Madrid, donde conservaba afecto servicial para con sus paisanos que llegaban a la Corte; así es que el año 1818 pasó a visitar al señor prebendado D. Antonio Pereira Pacheco, quien acababa de regresar del Perú, pero también lo verificó para con el venerable D. Francisco Acosta Espinosa, párroco del Puerto del Arrecife en Lanzarote, sujeto virtuoso, que, instado por el señor don Santiago Bencomo, deán de Canaria y electo obispo de Astorga, pasó a la Corte y, habiendo allí fallecido dicho obispo, el señor Acosta se vio desprovisto de recursos para regresar a su país; don José Feo fue uno de los seis u ocho isleños que le suministraron algún dinero para que lo verificase. Anotamos este punto por cuanto el citado Sr. cura Acosta había sido uno de los amigos de Guerra a quienes los partidarios de Feo habían perseguido el año 1810, lo que prueba que dicho Sr. Feo no había [sido] consentidor de este ni otros atropellos que invocando su nombre o parcialidad cometieron los locos o mal intencionados. Ocupose también en la Corte con algunas negociaciones con el gobierno, para quien contrató varias partidas de tabaco en Gibraltar; hasta que, restablecido el sistema constitucional el año 1820, obtuvo en propiedad el coronelato y gobierno militar de su patria isla, de Lanzarote, cuyo destino empuñó y desempeñó sin mostrar pasión ni resentimiento contra los que habían sido sus adversarios; quienes a la verdad y en justicia imparcial que les haremos, no era a Feo al que propiamente habían rehusado, sino a los partidarios y al clérigo comisario del Santo Oficio, que querían y sabían prevalerse para sus designios de la contemplación y bondadoso carácter de Feo. Éste ahora procuró atender al aseo de la tropa uniformando algunos milicianos, los cuales yacían en el más indecente abandono, a causa del continuo trasiego de gobernadores habido en aquel periodo de sólo 10 años, que llegaron a ser hasta cinco o seis.

Y habiendo el coronel Feo pasado a Gran Canaria a negocios propios, falleció víctima de una indigestión en la ciudad de Las Palmas el 19 de julio de 1824, a los cincuenta y dos años de edad.Había casado con doña Antonia Bethencourt, con cuya señora tuvo varios hijos, el tercero de los cuales llamado Víctor, que le había acompañado algún tiempo en la Península, donde sirvió en guardias, algunos años después vino también a ser gobernador militar de su patria.

(Hay una nota en papel adherido al final con la caligrafía de Feo y que dice:

 

José Feo de Armas

mayor de Lanzarote

en Canarias.)

 

 

 

[i]  Estos apuntes se encuentran en ALVAREZ RIXO, J.A, Noticias biográficas de algunos isleños canarios, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canarias, ed. Idea, 2008. Presenta estudio crítico de Manuel Hernández González.

 

GALERÍA DE IMAGENES

 

 

   Mapa de la isla de  Lanzarote por D. Tomás López, 1779.

 

Vista del Puerto del Arrecife con el Castillo de San Gabriel y el Puente de las Bolas. Lamina original de Alvarez Rixo. 

 

Milicia asentada en Lanzarote. Dibujo realizado por Alvarez Rixo.
 

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